jueves, 24 de febrero de 2011

Tercer Día tras el Terremoto

A lo largo de la última noche las réplicas han sido constantes y, además, bastante fuertes. La diferencia es que nos hemos acostumbrado y ahora el balanceo de la cama durante la madrugada es hasta placentero. Mi casa aguanta perfectamente, por el momento, razón por la que tenemos un pequeño campo de refugiados en el salón: vecinos, amigos, amigos de amigos y hasta una pareja de maoríes que nadie había visto hasta ahora.

Por supuesto estos momentos son para compartir generosamente lo poco de lo que se dispone, siempre y cuando la contraparte haga uso de los recursos con responsabilidad, ya que esa es la forma de ser solidario con el que te está dando y con los que están en tu situación. Lamentablemente, esta mañana las reservas de agua de lluvia con la que contábamos había desaparecido porqué a un grupo de brasileños no se les ocurrió otra cosa que emplearla para cocinar platos como pasta, arroz, noodles, etc…

Lamentablemente me he visto sólo en mi cabreo, ya que mis compañeros de piso sensatos se han ido yendo estos días y, de los habitantes originales sólo quedamos un galés bipolar con problemas de dislexia, Bill, un coreano encantador que tiene hacinados en su habitación a no menos de diez compatriotas (tan encantadores como él, no han dado ningún problema) y yo. Digamos por tanto que el campo de refugiados ha degenerado en una comuna Cumbayá y anárquica, lo que en otras circunstancias podría ser una auténtica utopía, pero no cuando los recursos escasean por momentos. Por si el terremoto fuera poco para esta pobre ciudad, de las grietas del suelo parece haber emergido una extraña clase de animal aterrador al que me referiré más adelante: el superviviente.

En todo caso, esta mañana recibí por fin una transferencia bancaria de mis padres, eternamente agradecido, una suma de dinero considerable a la que no puedo acceder, pues apenas hay un cajero activo en toda la ciudad. Por si eso fuera poco, al ir a comprar mi billete de avión para Auckland, resulta que no hay plazas hasta el martes que viene e, incluso estas, desaparecen por segundos. La réplica de 4 puntos no me ayudó a mejorar mi humor y, encima, mis intentos por establecer un mínimo de orden en el racionamiento de comida fueron automáticamente vetados por la simbiosis Beach boys/ supervivientes que se había instalado en el salón. Si a eso le sumamos que llevamos sin agua desde el martes, es fácil comprender porqué decidí salir a dar una vuelta.

Caminando sin rumbo me di cuenta que la ciudad estaba un poco más derruida. Ello se debe, además de a las réplicas, a que estos dos últimos días ha estado lloviendo, por lo que muchos materiales han absorbido el agua haciéndose más pesados. En todo caso al llegar a un cementerio en ruinas de la calle Barbadoes, recordé que durante mis primeros días en la ciudad visité una tienda muy precaria, iluminada con un generador y regentada por al menos 4 generaciones de chinos muy simpáticos. Una hora y 2 réplicas después conseguí encontrar la tienda, abierta pero completamente desprovista a excepción de un pack de 18 cocacolas y un paquete de tabaco de liar.

Con animo de acaparador, compré los dos últimos artículos de la tienda a un precio exhorbitado (78 dólares que me duelen en el alma) y emprendí el regreso a mi casa. Por si no lo he dicho antes mi casa está en el perimetro de seguridad, dentro de las 4 avenues, y sólo los residentes podemos entrar en ella, ya que las calles están cortadas por el ejército, la policía y cuerpos de voluntarios. Al llegar a Barbadoes con Bealey av el control (esta vez de voluntarios) me preguntó que a donde iba con tanta cocacola, por lo que yo, poniendo cara de maitre de restaurante fino, le ofrecí compartir algunas. Me pidió una, le di dos, y el, a cambio y muy generosamente, me dio dos bolsas de patatas fritas, una botella de zumo y una chocolatina.

Saldado el trato seguí caminando hacia mi casa, cuando pensé que podría repetir la operación con otros controles de las calles adyacentes. Una hora y ocho latas menos contaba en mi haber con tres bolsas de nachos, chocolate, barritas energéticas, una taza de café y una botella de agua. Desgraciadamente no me las puedo dar de comerciante, ya que me limitaba a ofrecer casual y desinteresadamente la cocacola rezando para que me diesen algo a cambio (al fin y al cabo apenas tenía comida en casa).

Así, con once cocacolas menos (yo me había bebido una) y un botín que me recordaba a mi dieta habitual durante mi primer año de estudiante en Madrid, volví a mi comuna hippy. En este punto debo detenerme a presentar a ese animal que crece en los desastres naturales y emergencias civiles: el superviviente.

A lo largo del año, el superviviente es un animal que desfoga sus bajos instintos con lo que se ha dado en llamar deportes extremos. Rafting, Bunji jumping, paracaidismo y un largo etcétera. De constitución fuerte, el superviviente no va a la montaña a disfrutar de la naturaleza, va a vivir experiencias extremas equipado con lo último de la tienda de montañismo del polígono de su ciudad, el mejor arnés, las mejores botas, la tienda de campaña más liviana. El Superviviente lo es porqué, aunque haya vivido toda su vida en un pisito de la urbe y su contacto con la naturaleza se limita a paquetes de aventura de agencia de viajes en los lugares más inverosímiles, es por naturaleza experto en toda clase de desastres naturales. Da igual que sea un terremoto, un huracán o una erupción volcánica en el patio de atrás, el superviviente goza de un instinto y liderazgo atávico y fuera de lo normal que emerge en cualquier situación que lo requiera. Le gusta probar sus límites y considera una pérdida de tiempo los miles de años que median desde el Cromagnon hasta el hombre asalariado de la actualidad.

Pero lo que realmente define como tal al superviviente es que, cuando la ocasión es extrema y el peligro acecha a cada instante, él sabe exactamente que es lo que hay que hacer: cavar letrinas.

No digo que el saneamiento no sea algo imprescindible en la sociedad humana. Las primeras civilizaciones se caracterizaban entre otras cosas, por contar con sistemas complejos de irrigación y saneamiento. Pese a ello, espero que podais entenderme cuando al llegar a casa con mi botín, la sorpresa fue máxima al encontrarme a cuatro fornidos supervivientes descamisados (la tendencia nudista es también inherente a esta especie) destrozándome el jardín, cavando hoyos profundos con una excitación digna de un topo hiperactivo.

Después de poner a salvo parte de mis provisiones y guardar otra parte en mi mochila les pregunté que qué estaban haciendo. El ademán altivo de quien te esta salvando la vida me dijeron que estaban haciendo letrinas, cosa que les agradecí inmensamente ofreciéndoles, a cambio de mi no colaboración, cuatro de las cocacolas que aun me quedaban. Me guardé mucho de decirles que, tal y como me había indicado uno de los militares del control callejero, apenas dos manzanas más allá de nuestra casa, el servicio civil había habilitado una larga hilera de váteres químicos a disposición de los vecinos. El trabajo dignifica, y un superviviente ocioso es capaz de darse al canibalismo para probar sus límites.

Dejando a mis supervivientes construyendo un túnel directo Christchurch-La Coruña, cogí algunas de mis provisiones y me fui a ver a mis amigos de la academia, ya que nos habíamos dado cita en casa de Silvan, el francés. Allí, después de compartir una de las bolsas de nachos y mis últimas cocacolas. Nos detuvimos a considerar la situación. No había posibilidad de conseguir dinero, apenas había aviones y los que había o eran extraodinariamente caros o sencillamente, no salían hasta después de una semana. Por supuesto la situación de cada uno es diferente, y también las intenciones. El francés necesita trabajar, desgraciadamente es techador, por lo que tendrá que esperar mucho hasta poder desempeñar su oficio en esta ciudad. Los otros están mas o menos en mi misma situación, con la diferencia de que si bien o tengo que estar aquí tres meses más, a ellos apenas les queda uno, por lo que, a excepción del destino, todos estamos de acuerdo en la necesidad de largarnos cuanto antes de la ciudad.

Ello es prácticamente imposible: no hay trenes ni autobuses, las compañías de alquiler de coches o están destruidas, o cerradas o se han quedado sin coches que alquilar. Por otra parte, a cada hora, además de apestar más y más, la opción del avión se hace más difícil. En ese momento me acordé de Fernando, mi amigo brasileño que se mueve siempre con una tarjeta de crédito internacional y que había desaparecido el primer día del terremoto, ya que vivía muy lejos del centro, en una casa que se había quedado sin luz, electricidad, agua y, por supuesto, Internet (razón por la que estaba desesperado por salir de aquí)

Le llamé y, brevemente, le ofrecí el siguiente trato: si me adelantaba el dinero para el billete de avión (yo no puedo comprar con mi tarjeta de debito neozelandesa), yo (que tengo Internet) me encargaría de gestionar la compra de un billete para Auckland lo más barato y pronto posible. Fernando aceptó encantado y me dio sus datos de la tarjeta de crédito. Media hora después, había comprado dos pasajes para Auckland, para el domingo 27, por lo que podré retomar las clases el mismo lunes.

Nos quedamos a cenar en casa del francés, muy agradecido y a eso de las 8 y media de repente las cañerías de la casa empezaron a sonar. El agua había vuelto!! Tras una ducha rápida con agua fría me despedí de mis amigos y, con una sonrisa que no cabía por el puente de la calle Barbadoes, volví corriendo a mi casa. Allí, los supervivientes desolados montabn guardia en torno a una señora letrina (con paredes de madera y diferencias de sexo). Todo había sido completamente inútil y, a buen seguro, la inmaculada letrina aguantará todos los seísmos por habidos y por haber, quedando como testigo a la pericia del superviviente. La verdad es que daban tanta pena que les aseguré que, en adelante, sólo usaría esa maravillosa letrina, que era mejor que nuestro cuarto de baño con agua. La broma les hizo mucha gracia (cierto que habían estado fumando porros toda la tarde) y, vuelto el superviviente a estado latente nos metimos en casa y apuramos mis últimas cocacolas.

Despues he escrito esta crónica y me he ido a dormir
































La Maravillosa letrina que nunca será usada( y es una pena porque, la verdad es que se lo han currado.








7 comentarios:

  1. Muy recomendable lectura, suerte que conservas ese saber contar las cosas,....

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  2. ¡¡Genial!! Ya venía urgiendo un estudio sobre el superviviente y sólo tú podías hacerlo...

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  3. Magggggnífico, dos duchas en un día, me alegro muchísimo, pero ¿sabías que en España hay teléfono, internet y hasta agua corriente? y que sacarte un billete de avión desde aquí es tan fácil como llamar al timbre? je je seguramente el cansancio hace su trabajo. Descansa y no te olvides de que si miras hacia abajo, hay mucha gente pensando en tí. Mil besos

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  4. Jose Campeón!! Qué fantástico sentido del humor y cuanto me he reido leyendo tus peripecias!! Como jeta no te falta, creo que en Aukland encontrarás rápido alojamiento y comida. ¡Ya te vale! Ah! recuerdos a los supervivientes! ja,ja,ja! Besotes. Alicia

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  5. "Mencantó" la descripción de los "supervivientes" jajajaja y saber que sigues con sentido del humor hace pensar que estás más que bien después de lo que has pasado... o sea que ¡a ver si nos vemos pronto por mis lontananzas castellanas y nos hacemos una tertulieta para comentar todas las batallas!... por cierto, tengo una crema de café riquíiiiiiiiisima... ¿por qué no les dijiste que cavaran un poco más y te plantabas a dormir en mi casa?... ¡no necesitabas avión y les haríamos sitio a todos tus "ocupas"!...
    Besísimos

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  6. No nos conocemos pero es un Blog con unas entradas soberbias. Me alegro mucho de saber que te ha ido bien tras la catástrofe.

    Mucha Suerte!!

    Un Prepa de la Academia.

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  7. Simplemente sublime tío,
    me parece increíble lo que estás viviendo... por suerte en la Masia ya te entrené a vivir sin agua caliente y en unas condiciones parecidas...

    Un abrazo fuerte Luismi,
    por aquí se te echa de menos.


    Manel.

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